Cuando a mi consulta acuden adolescentes y jóvenes adultos desesperados respecto a su futuro siempre les cuento esta historia. Es, como habrás podido suponer, la misma historia. La simple historia de papá león, mamá leona y leoncito. En realidad, no es una historia, es una analogía, una absurda analogía a la que tuve que recurrir porque cuando hago referencia a lo que no se está haciendo bien, y mucho no se está haciendo bien, los pacientes padres se ponen tan a la defensiva que hay que recurrir a absurdas analogías, y a veces ni aun así.

 

Hay expertos que afirman que estamos ante la primera generación que va a ser menos inteligentes que sus padres. Me lo creo. Las nuevas tecnologías, el consumismo, la inflación, el precio de la vivienda y el postureo de aquellos quienes se aventuran a ser padres (aun sabiendo que no van a poder irse de cañas como antes, o al gimnasio, o a poder comprar ropa de marca) están “fabricando” adultos peligrosa y lamentablemente incompetentes. ¿Por culpa de los hijos? No, por responsabilidad de los papás y mamás homínidos leones y de una sociedad bastante estúpida.

 

Vamos allá. Supongamos que la biología a los catorce años ya permite que el individuo se reproduzca. Sabiendo que la esperanza de vida era hasta hace no mucho de unos 40 años, no quedaba mucho tiempo para proteger a la descendencia y preparara a esta misma para que pudiera estar adaptada al medio. Porque ese es el cometido de los progenitores, sea de la especie que sea, proteger y preparar. Es un trabajo difícil, la verdad, porque es contra intuitivo. Cuidar al principio e ir soltando poco a poco en la medida en la que el individuo se desarrolla. Esto último, soltar, es lo que falta en esta sociedad actual en la que se está sobreprotegiendo a los hijos de una forma tal que se están “formando” adultos inútiles. ¡Se están olvidando de soltar! Soltar tiene que ver con la educación. Pero no, no me refiero a que los hijos sepan cuánto vale el número Pi, eso todos lo saben, a pesar de que quizá nunca lo usen en sus vidas para nada. Yo, que tengo cuarenta y tantos, aún nunca lo tuve que utilizar. Cuando hablo de educar me refiero a educar en Gestión Emocional. Un día salí a la calle a preguntarle a chavales si sabían cuánto valía el número Pi. Todos lo sabían. Todos. Era divertido y trágico al tiempo escuchar las respuestas que daban cuando a continuación de ese “¿sabes cuánto vale Pi?” y la rápida y automatizada respuesta de “3,1415…” les preguntaba si sabían qué era una emoción y la finalidad de todas y cada una de ellas. Cero. A septiembre. Suspendidos, y suspender ese examen significa sufrimiento. Sí, los niños están sobreprotegidos. Como ese señor que levantó a su hijo del suelo cuando este tropezó tan rápido como lo hubiera hecho Superman al tiempo que le decía mientras sacudía su ropa: “Nada, no ha pasado nada”, algo que inevitablemente le estaba condenando a que volviera de nuevo a tropezar.

 

Papá y mamá leones lo tienen claro. Protegen a leoncito en la primera etapa, pero pronto, en cuanto ven la ocasión, dejan que este comience a hacer sus primeros pinitos como depredador. Papá y mamá leones observan cómo se desenvuelve leoncito para que en caso de que algo fuera mal acudir rápidamente para “poner orden”. Eso es la educación, ese es el trabajo que han de hacer los padres, un trabajo que se está perdiendo, porque sí, porque la mayoría se quedan en la protección. Son muchos los jóvenes, ya mayores de edad, que acuden a terapia acompañados literalmente por los padres, algunos prácticamente de la mano. Están sobreprotegidos y los padres los llevan porque no saben qué les pasa. “¿De veras que no lo sabéis?”. Dan ganas de dar collejas, pero los psicólogos no damos collejas, aunque deberían permitírnoslo, la verdad. Señor, señora, lo que le pasa a vuestro hijo es que lo habéis súper protegido, no habéis hecho como papá y mamá leones, y ahora vuestro leoncito tiene miedo, mucho miedo de enfrentarse al mundo. De ahí la gran incidencia de los trastornos de ansiedad en la población adolescente. La palabra adolescente proviene del latín adolescere que significa crecer y madurar. Crecer se crece de manera innata si nos referimos al tamaño de del individuo. Sin embargo, no ocurre lo mismo con madurar. Se ha de aprender a madurar, y se puede aprender de dos maneras: bien porque se enseñe o bien porque no haya más remedio, y esto último suele ocurrir tarde y, lamentablemente, a través del sufrimiento.

 

Así que sí, vivíamos 35 – 40 años. A los trece o los quince te enamoras y, como ya puedes hacerlo, te reproduces. Luego el amor con su vínculo de permanencia hace que la pareja se quiera quedar junta para poder así proteger (cuidar) y preparar (educar) a la descendencia (papá y mamá leones con leoncito). Cuando esta descendencia tiene cierta edad para poder procrear los padres ya tienen treinta y tantos años. Son mayores. Al poco se acaba la fiesta, son ancianos, fallecen. Fin del ciclo. Todo perfecto. Un buen trabajo de la biología, de la evolución. Esto es un ciclo.

 

El problema, sin comillas, es que ahora, en estos últimos doscientos o trescientos años, la esperanza de vida se ha duplicado. La esperanza de vida ha pasado, en un abrir y cerrar de ojos, de los 35 – 40 años a los 80. Y aquí es cuando el modelo de relación de pareja, y por ende de educación, comienza su transición, una, todo hay que decirlo, dolorosa transición. Porque las zanahorias no son naranjas, y pintar una de color morado cuesta porque Roger Rabbit comía zanahorias naranjas, porque las zanahorias siempre han sido naranjas, aunque eso, en realidad, es lo que nos hicieron creer.

Necesitas Ayuda?